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Mirando...

Miro hacia adentro aunque no pueda encontrar nada, sé que la solución está en lo más hondo. Las líneas de la vida continúan su recorrido aunque muchas veces se bifurcan, se parten o llegan a su fin. Quiero creer que dentro de mí podré encontrar la solución a esto, ¿realmente ha llegado mi fin? 

 

Siento cómo late mi corazón a golpe de tambor, retumbando en mi interior y escuchando cómo el recorrido de la sangre corre por todo mi cuerpo como si de una carrera se tratase en la cual, en cambio, no existe un final. No estoy buscando si el corazón se parará en cualquier momento o seguirá el repique de tambores, sino llegar y encontrar realmente alguien dentro de él. Sé que la vida está llena de placeres y que las personas que tenemos a nuestro alrededor se posan en nuestros corazones, pero no todos se acomodan en él. Muchos de ellos cambian sus rumbos, nos hacen daño e incluso desaparecen de nuestras vidas y en su efecto, de nuestros corazones. 

 

José Ángel Moya

Las murallas de la vida

 

Decidí recorrer mi camino, aunque fuese solitario, un alma andante vagabundeando por las calles, rastreando el final de algo o el principio de quién sabe qué. A medida que avanzaba, mis piernas se sentían débiles, como si de repente se fuesen a hundir por medio de aquellas piedras que recorrían junto a mi por el camino de la vida. En cada piedra, pude ver cada una de mis derrotas, cada una de mis más remotas historias derramadas y por supuesto, lo que iba quedando de mi en cada paso. 

 

El camino llegaba a su final, pues a lo lejos vislumbré una especie de pared. Justo me detuve en mitad de aquella calle, miré a mi alrededor y observé que el mundo se había detenido, las nubes no seguían su ritmo, se habían paralizado como si de un escenario se tratara. Allí delante se encontraba el final y decidí caminar hacia él. El tramo final me costó lo suyo, pues aquello seguía igual de paralizado e impedían casi que pudiera avanzar.

 

Cuando llegué a lo que fuera el final de camino, alcé mi mirada buscando algo que detallara de qué se trataba. Miré como un niño que descubre algo nuevo en su vida y no sabe cuál es su utilidad y allí, sin más, pude ver aquella muralla. ¿Cómo podría pasar por aquella muralla? Mis miedos empezaron a entorpecer mi cabeza y en aquel momento pude ver cómo un ladrillo se posaba justo encima del todo. Empecé a comprender que no se trataba de una muralla cualquiera, se trataba de mi muralla. Los miedos que han ido floreciendo a lo largo de mi camino se había convertido en un ladrillo, un ladrillo que encajaba justo con otro y así sucesivamente hasta fabricar aquella vertiginosa muralla. 

 

Mis pensamientos empezaron a chocar, debía encontrar alguna solución, pues los miedos sólo nos proporcionan murallas que más pronto o más tarde deben ser derrumbadas. Empecé a recordar todas la piedras que había ido viendo por el camino, pues ellas representaban algunas pruebas que la vida me había proporcionado, y si estaban en el suelo era porque estaban por debajo de mi, habían sido unas pruebas ganadas. Proyecté todas aquellas piedras en las palmas de mis manos, aquellas piedras mostrarían la fuerza para derrumbar aquel muro. 

 

Lo pensé muy bien, tuve que recordar cada una de las batallas vencidas y cuando estuve listo, acerqué mis manos a la muralla. Por un momento, pensé que aquello no funcionaria pero quise borrar en seguida aquel pensamiento, pues otro ladrillo volvería a posarse encima. Cerré los ojos por un momento, empecé a sentir un crujido en mi interior. Continué con los ojos cerrados y sentí como si me alzara al vuelo, pues todos mis miedos dejaban de pesar dentro de mi cuerpo. Cuando abrí los ojos, tuve que volverlos a cerrar de golpe, pues una luz cegadora se posó ante mi. Mis ojos se acostumbraron a aquella luz y pude divisar en el horizonte un camino largo y pude seguir caminando.

 

 

José Ángel Moya

 

 

 

 

 

 

 

Reflexiones...

 

Para hoy, os traigo algo especial, algo que sale de dentro, algo que es derramado desde el alma y que espero que os guste. 

 

 

Sabemos que el tiempo pasa, nos absorbe, nos destruye, nos hace crecer y nos hace cambiar. A lo largo de los años he podido observar que en este mundo no estamos solos, las personas que nos rodean nos acompañan allá donde vayamos, allá donde viajemos, ya sea un viaje físico o un viaje mental. Esas personas permanecen en nuestras mentes en cada momento y por ello, son cómplices de nuestro viaje, cómplices de nuestras vivencias y cómplices de nuestros más remotos secretos. 

 

Esa gente es muy importante para nosotros, pero llegan los momentos en que alguien nos acompaña y que muchas veces intentamos ignorar. Ese alguien es muy especial para nosotros, porque nos hace pensar, razonar e incluso enloquecer. La soledad retumba en nuestra persona, como aquel viento que empuja fuertemente contra una cara golpeándola y saliendo por la punta del cabello. Es la soledad la que no nos deja escapar, la que sigue amarrada a cada uno de nosotros como un bebé que necesita estar al lado de su madre en los primeros periodos de su vida. Pero, ¿qué pasa cuando esa soledad nos cansa, nos hace sentirnos derrumbados?, ¿qué pasa cuando es la misma soledad la que nos abandona?...

 

Abandonado por la soledad, moribundo por el camino de la vida, gritando a voces que el optimismo se apiade de mi, que entre dentro de mi cuerpo y cambie mi forma de ver el mundo. Ese futuro que veo, negro, oscuro, donde las tinieblas son mi día a día, acostumbrado a ellas y queriendo quitarlas de mi lado. 

 

Las personas evolucionamos pero simplemente creo que mi amiga, mi gran compañera de vida, la soledad, perdurará, seguirá a mi lado, esperando ser reemplazada, esperando que esa persona llegue. Tan sólo me queda pedirte, soledad, que por el momento, no me abandones. 

 

 

José Ángel Moya

El hombre del alambre

 

Como cada día, me preparo para pasar por el alambre. Es un recorrido corto pero intenso, donde una simple emoción puede arrojarte al vacío. 

 

Este alambre forma parte de mi vida, su recorrido hace que cada día analice mi vida y aprenda de los errores que he ido cometiendo. Me gusta llamarle a este alambre "vida". ¿Por qué le llamo vida?, este alambre, como he dicho, refleja mi vida, pero cada uno de nosotros puede coger ese alambre y pasar por él, pasar por la vida. 

 

El recorrido de la vida puede que a simple vista sea fácil como ese alambre pero, las cosas se complican. Existen factores exteriores e interiores que hacen que temblemos, que obstaculicen nuestro camino y nos lleguen a hacer caer del alambre de la vida. 

 

Os diré una cosa, he caído miles de veces de ese alambre. Con cada paso en el alambre he alcanzado tocar el suelo. La caída es dura pero el alambre sigue estando en su sitio, preparado para que vuelvas a pasar y preparado para que vuelvas a caer. 

 

Cuando paso cada día por el alambre veo todas mis caídas, veo aquellos errores que he cometido, observo los factores que hacen que mi paso penda del alambre haciendo temblar mi cuerpo e incluso mi alma, pero lo más importante es que he aprendido a pasar por el alambre llegando hasta el final de él. 

 

Aprende a caminar lento pero sin pausa, aunque las piernas te tiemblen en el camino pero sobre todo, llega hasta el final del alambre, sólo así podrás pasar por la vida. La vida está llena de equilibrios pero la propia vida, es un equilibrio. 

 

José Ángel Moya

 

Instantes

 

Todos estamos acostumbrados a viajar en el tiempo, recordando aquellas cosas que nos marcaron, aquellas cosas que dejaron su huella en nuestras mentes.

 

Tal vez estos recuerdos puede que nos produzcan una intensa amargura, un limón exprimido en nuestro interior, quizás podemos sentir que ese amargo líquido recorre nuestro cuerpo de arriba a abajo, pero tal vez, esos recuerdos puedan endulzarnos tanto el alma que podemos sentir cómo se derrite algo dentro de nuestro cuerpo, llega a nuestros labios y degustamos el sabor dulce de nuestro interior. 

 

Acostumbro a buscar esos buenos recuerdos, degustarlos, revivirlos, endulzando cada momento de mi vida y sobre todo, evitando la amargura de las tinieblas. 

 

Y es que creo que nuestra vida está llena de instantes. Instantes que engrandecen nuestras vidas, instantes que nos permiten seguir hacia adelante, siempre y cuando, el dulce del alma llegue a ser saboreado por nuestras papilas gustativas, un dulce constante, un dulce de recuerdos, maravillosos, que nos hacen extender nuestras mejillas esbozando una sonrisa. Sí, esas son las mejores sonrisas, las que llegan desde el alma que tan sólo han sido producidas por un instante de vida, un instante de exquisitez, un instante de dulzura. 

 

 

José Angel Moya

¿Felicidad absoluta?

 

Siempre he estado pensando en los buenos momentos, intentando que aquellos que no habían sido tan buenos en mi vida pasaran desapercibidos. Pero, ¿qué pasa cuando la mayoría de mis momentos son oscuros? ¿dónde está la salida?.

 

Nos han vendido de una manera fácil aquello de encontrar la felicidad absoluta y yo tan sólo he hallado una parte de esa felicidad, una parte tan diminuta que me hace pensar que nunca podré alcanzarla. Los problemas ajenos, como los cercanos, hacen que esta felicidad no sea completa y es que hay que aprender a ser feliz uno mismo para poder derrochar tal felicidad. 

 

Tal vez realizando una serie de técnicas de autoayuda nos acerque más a esa felicidad que tan lejana veo. Quizás recoger todos los buenos momentos, todas las personas que amamos y que nos hacen ser felices sea la clave para seguir buscando esa felicidad descomunal.

 

Hallar la felicidad de esa manera tan absolutista es una de nuestras metas, pero nos alejamos cada vez que nos hundimos, nos alejamos de lo más deseado.

 

Transformemos nuestros momentos, busquemos la felicidad de cada momento, seguro que en lo más extraño la encontraremos. 

 

Seguir viviendo, seguir luchando y buscando esa felicidad no bastará con rendirse cada vez. Alcemos nuestras cabezas, veamos aquella meta, analicemos esa meta y caminemos hacia ella. El camino estará lleno de obstáculos, pero no dudes, derriba ese obstáculo y sigue caminando hacia la felicidad. 

 

 

 

José Ángel Moya

Encendamos la vida

 

Escuchaba cómo golpeaban sin parar la ventana. El cielo encogido, las nubes enfurecidas y dejando caer todo el agua que contenían, miles de gotas que con la fuerza del viento eran empujadas hacia mi ventana. 

 

En aquel momento se fue la luz. Busqué bailando con la oscuridad la caja de cerillas y una vela que siempre guardaba en el cajón. Rocé aquella cerilla escogida por la superficie rugosa de la caja y la prendí. Su llama iluminó aquella habitación y pude encender la vela. Me detuve en el medio de la habitación. Los minutos pasaban y mi baile con la oscuridad seguía su curso aunque ahora con un poco más de visibilidad gracias a aquella cerilla. 

 

Me tumbé en la cama, las ideas y los pensamientos se fueron generando en mi mente. Realmente aquella cerilla había proporcionado una luz, un camino que decidí seguir. Pronto llegué a una conclusión muy simple, todos contenemos una mente privilegiada capaz de ser como esa cerilla, generando miles de ideas a la vez, miles de luces que nos permitirán seguir un camino, alumbrando esas ideas y llegando a decidir aquellas que son más correctas gracias a su potencia de luz. 

 

¿Por qué nos paramos y nos conformamos con la primera luz que aparece en nuestra mente?, ¿por qué no esperamos a que aparezcan más luces?, ¿por qué no esperamos a que más cerillas engendren su luz y a partir de ellas emprender un camino más seguro?. Dediquemos más tiempo a ejercitar nuestra mente, todo el mundo tiene una mente privilegiada, llena de ideas que no utilizamos y que si pusiéramos en funcionamiento mejoraríamos como personas. Y además, cuando digo todo el mundo, me refiero a absolutamente todos. Incluso un niño de 4 años puede tener una idea mucho más creativa que un adulto, pero por su edad no es considerada como una buena idea, ¿por qué?.

 

Evidenciemos que pensamos, evidenciemos que somos cerillas, encendamos las luces, encendamos la vida. 

 

 

 

 

José Ángel Moya

Escucho la soledad

 

Y llegué justo al lugar donde no quería llegar... era justo el abismo. 

 

Lo rocé tantas veces, la tentación me acercaba a allí y finalmente caí. Las luces se apagaban lentamente hiriendo todo mi ser. Mi presencia se desvanecía, cada segundo que pasaba me hacía sentir que el tiempo se acaba y me hacía cada vez más pequeño. 

 

¿Dónde podía encontrarlo? ¿Dónde me podía encontrar a mi mismo? El tiempo pasaba y allí no hallaba a nadie. 

 

Sentía cómo mi cuerpo se iba hundiendo en lo más hondo de aquel abismo, recordando el transcurso de las estaciones, un ciclo sin fin que debía traer algo, un simple cambio en mi vida, que me hiciese arrastrarme por un mar de mentes, pero nunca llegó. Nunca llegó ese cambio tan esperado y por eso caí, caí en lo más hondo. 

 

Siento la oscuridad, escucho la soledad... 

 

 

 

José Ángel Moya

Ser recordado

 

Quizás las debería contar todas, pero lo di por perdido. Habían demasiadas estrellas sobre mi cabeza, en aquel cielo reluciente bordado de intermitentes luces.

 

Sigo pensando que existe algo extraño en ese universo, esas estrellas caen con el paso del tiempo, se apagan y son olvidadas, nunca más son vistas por nadie. ¿Somos realmente como estrellas, luciendo durante nuestra existencia y llegando a ser borradas de esta vida con nuestro fin e incluso olvidadas? 

 

No quier ser este tipo de estrella, mejor dicho, no quiero ser estrella. Quiero que mi existencia sea permanente, para toda la vida, sin vida propia. Pero hay algo más, no pretendo ser como aquellas personas que han inventado algo o han descubierto una nueva fórmula que combate un virus maligno. Pretendo ser recordado por aquellas personas cercanas, que han estado a mi lado durante mi luz, mi existencia y por tanto, para que estas personas me recuerden durante sus vidas, tendré que dejarles huella, marcarles el corazón y si es posible, acariciarles el alma. Sólo así podré tener constancia de ser recordado. 

 

Mis actos y mi existencia en sus vidas, marcará mi persona y sobre todo, mi "yo" cobrará vida permanente. 

 

Sean astutos, marquen huellas, inyecten su persona en el corazón de otros, acaricien sus almas y serán recordados. 

 

 

 

José Ángel Moya

Dentro

 

 

Hay momentos en la vida en que no encuentras otra forma de expresar lo que piensas o lo que sientes si no es escribiendo.

 

Las palabras, sea con esto dicho el lenguaje, son el gran invento que nunca ha podido crear mejor el ser humano y con la escritura, adquieren (no siempre) el sentido más hermoso e increíble que se les puede dar. En el momento que le damos el honor a una palabra de formar parte de un texto, o solo de una minúscula frase, le estamos dando la oportunidad de desplegarse en todo su máximo esplendor, de compartir su significado y darle mil más, de hacer más bonito o difícil un texto,  estropearlo, dejarlo en tensión, colaborar mostrando más de lo que ahí había escrito…

 

Saben los libros mismos que son la cosa más envidiable que se puede tener si son capaces de hacer nacer algo en ti. Son el arma que abre las puertas al pensamiento, el profesor que nos enseña desde otro momento pasado, la materialización de una idea, el que nos puede enfadar en silencio, provocar lágrimas, imaginar, crecer, soñar…Podríamos leerlos mil veces y encontrar siempre algo nuevo, que parecía que anteriormente no había estado allí.

 

No se ciertamente si tengo yo las palabras suficientes para expresar mi cariño por los libros. Desde muy pequeña estoy unida a ellos y no sin llevarme decepciones, al contrario, pero también muchos de los mejores momentos los he pasado leyendo. Encontrar un libro que provoque algo en ti es increíble, es mágico. Saber que tienes esos “cuántos” libros ahí en la mesa, bien cerca de tu mano, para poder ojearlos más de una vez y volverte a asombrar leyendo esas frases que te has marcado porque te han llegado de una u otra forma, leer más abajo, y encontrar otro párrafo que dice algo que antes no habíamos caído en que ahí estaba. Siento nervios y alegría cada vez que toco un libro nuevo, y ¡qué decir si los veo! No puedo vivir sin ellos, creo firmemente que son la llave de nuestro pensamiento, de nuestro interior y indirectamente nos hacen encontrar cosas en nosotros mismos que nos sorprende saber que estaban antes y no las podíamos ver. Nos hacen madurar, cambiamos nuestra lectura a la vez que crecemos, descubrimos cosas nuevas, releemos pero aunque sea el mismo libro que hace 10 años, no lo vemos igual, se convierte en una lectura de descubrimiento, vamos haciendo nuestra propia biblioteca añadiendo y quitando volúmenes. Los best-seller pasan muchos a la parte trasera, para dejarnos descubrir a esos libros que de pequeños solo con escuchar el nombre de los autores temblábamos de aburrimiento, esos llamados clásicos, que ahora tanto deseamos. Muchos de estos también nos causaran desengaños porque no podemos esperar tener idéntico criterio que el resto.

 

Cuando la lectura empezó a formar parte de mi vida era solo una niña, pero cada vez se instaló con más firmeza, hasta conseguir hacer de mí una estudiante de teoría de la literatura. Simplemente el placer que esto me produce es indescriptible, el vivir cada día rodeada de libros nuevos para mí, pero viejos en edad, es una de las cosas que más feliz me hace. Valoro cada línea que veo, cada página que paso, intento absorber y quedarme con lo mejor de cada texto y si me llevo mal sabor de boca con alguno, ya vendrá otro mejor.

 

Gracias vida por dar la oportunidad de elegir este camino, gracias palabras por existir y ingeniárnoslas para ver la luz de poder escribir. Simplemente genial y orgásmico.

 

Isabel Navarro

Resolver es la clave de la vida

 

 

Ojos cerrados. 

 

Un océano muy grande, tan grande que pensé que todo aquello era el infinito. Allí cabía todo, incluso mis problemas o incluso los de toda la gente, pero ¿cómo derramarlos? 

 

Ojos abiertos.

 

Me levanté, salí de aquella habitación. La casa era blanca y eso hacía despejar mi mente, le hacía procesar información, me permitía pensar y sobre todo reaccionar. Recorrí el pasillo intentando encontrar aquella salida, abrí la puerta, me detuve y respiré hondo. Allí a lo lejos estaba aquello que veía cuando cerraba mis ojos, azul, lejano, sonoro... 

 

Recorrí la playa hasta llegar a la orilla, me senté.

 

Ojos cerrados.

 

Mis pies mojados son los primeros encargados en informarme de la temperatura de aquellas aguas. Me tumbé. Sentía el agua cómo brotaba por mi cuerpo, cómo el vaivén de las olas me arrastraba. El agua crecía, llegaba a mis entrañas, incluso sentí como mi cuerpo estaba completamente hundido bajo las aguas marinas. Mis problemas eran arrastrados con fuerza por aquel vaivén de aguas saladas, se los llevaba... 

 

Ojos abiertos. 

 

Rápidamente me levanté y seguí mirando el agua. Aquel agua se estaba llevando todos mis problemas, pero quién sabe si todas las demás cosas buenas, si también se estaba llevando a mis amigos, a mi familia... 

 

Volví a la casa, volví a la habitación, me tumbé y sin cerrar los ojos miré fijamente el techo blanco, empecé a pensar. Todos aquellos problemas al igual que se habían ido, habían vuelto y es que los problemas no se van tan fácilmente como había pensado, si no los resuelves, el mar te los devuelve. Resolver los problemas es la única salida para seguir caminando por la orilla sin miedo a que cualquier mar te reproche algo, te empotre tus fallos, te encarcele en una jaula con cadena perpetua para que resuelvas. ¿Por qué no resolver todo y sentirse sin miedo y libre? 

 

 

José Ángel Moya

Cambio necesario de la sociedad

 

Hay una pregunta que siempre retumba en mi cabeza: ¿Por qué siempre nos empeñamos en destacar todo aquello que está mal? ¿Por qué nos hundimos en lo más hondo sin cambiar nuestro punto de vista?; propongo que nos encarguemos de buscar, seleccionar y sobre todo destacar aquello que está bien.

 

Nunca he llegado a entender la necesidad de empeorar nuestra vida como aquel maestro que se empeña en romper las ilusiones de sus alumnos, diciéndoles que lo hacen mal, que no sirven para ello. ¿Por qué? Un niño es un "alma cambiante" que cree todo lo que le dicen y por tanto, acaba dejando de hacer todas aquellas cosas que le han dicho que hace mal. 

 

Cambiemos estas visiones, cambiemos nuestras expresiones, cambiemos nuestros pensamientos y en su efecto, cambiemos el mundo. Hagamos que cada día nos sintamos aferrados a todos esos halagos, unos halagos que nos harán cambiar nuestra forma de enfrentarnos a este mundo negativo con gente negativa, busquemos todo lo positivo, empecemos a creer en nosotros mismos y sobre todo, empecemos a soñar aunque sea despiertos, porque con los pies en el suelo, nuestras metas llegan a ser más coherentes y las podemos alcanzar a partir de ese momento. 

 

 

Habla positivo.

 

 

Sueña.

 

 

José Ángel Moya

 

 

¿Y si pudiera sentirlo? ¿Y si pudiera tan sólo rozar esa nube? 

 

Se ve todo tan difícil desde aquí debajo... 

 

Sigo rebuscando entre la mugre, envolviéndome entre mis problemas, apartando la mirada de aquellos que están sobre mi, sin buscarla. Esa luz que vive allá, en lo alto. No la puedo alcanzar. Imaginar cómo sería la vida allá es lo único que prevalece en mi mente, es lo único que me hace sobrevivir.

 

¿Y si buscáramos esa salida? Según tengo entendido, en la vida existen dos problemas que empotran esas barreras en la mente de una persona, CAUSA y ACCIÓN. 

 

Sé que es difícil, pero debo seguir rebuscando, revolviendo la mugre, los problemas y escogerla, esa causa que está haciendo que viva aquí, tendido por debajo de los suelos y que hará que se abra ese camino tan esperado. Atrapando esa causa, el camino tan esperado empieza a tener significado y en su consecuencia, la acción es lo único que abastecerá aun sabiendo que no será fácil. 

 

Tan sólo puedo decir... empiezo a ver la luz y sé que lograré una cosa mucho más grande que rozar esa nube que está establecida por encima de mi cabeza, la rozaré, la cogeré, la abrazaré, la exprimiré y sobre todo, viviré. 

 

 

José Ángel Moya 

Causa-Acción

La Vida

Observé cómo corrían, sin dejar rastro por el camino. Corrían sin parar y quién sabe de qué pero aquella fuerza, que con sus garras intentaba ahuyentarlas de algo que podía dejarlas sin vida, las estaba haciendo correr y cada vez más rápido. Por aquel momento, me dejé evadir del distanciamiento de la soledad pero me di cuenta de que no. Las nubes giraban, el mundo giraba y eso me dio a entender que el mundo seguía en funcionamiento, que nada había cambiado y que en su efecto, la vida seguía un recorrido, no se podía detener y había que actuar.

 

 

José Ángel Moya 

La Hoja

 

Justo me detuve en ese momento para observar todo aquello que me rodeaba. Plegué mi cuerpo recogiendo mis piernas y ya sentado, empecé a observar más detenidamente. Observaba cómo las hojas eran empujadas con sutileza por aquella suave brisa, pero sobre todo me quedé mirando una hoja. Sí, esa hoja me resultaba familiar. Y vosotros os preguntaréis por qué aquella hoja y no otra. Aquella hoja cayó lentamente oponiéndose a su estado, oponiéndose a la dirección del viento, y sobre todo, oponiéndose a la vida. En ese momento, me sentí identificado y lo que más me extrañó, fue que una simple hoja me hizo pensar. Y es que muchas veces, tenemos esa capacidad maligna o fabulosa de identificar a alguien con una simple cosa, con un simple gesto. Supongo que podréis deducir de qué tipo de capacidad se trataba. 

 

Me levanté, no podía seguir allí. Caminé durante unas horas en las que en mi cabeza sólo existía aquella hoja. Temí caer en cualquier momento como ella pero de repente me fijé en mi sombra. Estaba justo delante de mi y además os puedo asegurar que estaba siendo pisada por un hombre. ¿Debía pedirle explicaciones a aquel hombre por ir pisando mi sombra?.

 

Seguí caminando y observando cómo el hombre pisaba repetidamente mi sombra cuando aquella sombra a la cual empezaba a tenerle cariño, empezó a desaparecer. Por el momento, me dí cuenta que había olvidado aquella dichosa hoja y además pensé que fue aquel hombre quien la destruyó de mi pensamiento. Aquello empezó a tener sentido, la hoja había desaparecido de mi mente y además pude concluir una cosa mucho más importante, aquella hoja sólo podía quedarse tendida en el suelo esperando ser retirada del camino, golpeada e incluso transformada pero una persona no. Me sentí con fuerzas, respiré y seguí caminado. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

José Ángel Moya

Soledad

Ya baja la calle.

Ella, tan fuerte y altiva como el sol.

No sabe dónde va, pero lo hace

con una seguridad que parece

que hace que griten sus pies

allí donde se dirige.

No causa la impresión de un simple caminante;

toda ella invita a seguirla,

aún sabiendo que si se gira,

enérgicamente dirá que no necesita a nadie más.

Atrae a cada paso,

pero a cada paso también aleja...

no es de extrañar, pues es ella

quien

se hace llamar soledad...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Isabel Navarro

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